sábado, 20 de agosto de 2016

Besos de acantilado.









Madrid. Año 2016.

Hace un calor sofocante digno del pleno mes de agosto en el que nos encontramos. Acabo de salir del caldero de agua que tengo como piscina y he pensado que hoy es un buen día para tener un accidente. El accidente de las bocas se llamaría, ya veo los titulares: Dos adultos de entre 30 y 40 años se han arrollado mutuamente en un impulso irrefrenable por salvar un tiempo pasado que se les vuelve incesantemente presente.
Sería genial que ocurriera.
Que me atropelles la boca, no, que colisiones contra mi boca, que te estampes, que explotes en mis labios. Y si tengo que recrear el accidente perfecto acudirá como testigo el reflejo de la sal del mar en tu hombros.
Sabes ya dónde será nuestro accidente? Allí, en el borde de mi acantilado, admirando la inmensidad del mar en tus ojos, bañándonos de lluvia, porque en ese accidente el mundo llorará con nosotros de felicidad, lameremos el sinfín de cicatrices que ha causado en nosotros el paso del tiempo y absorberemos el aliento del otro para salir de allí más vivos que nunca.
Yo prometo no moverme. Permanecer quieta observando cómo descarrilas y te diriges hacia mi completamente seguro de querer atropellarme.


1 comentario: